jueves, 1 de abril de 2010


Con mis alargadas manos lo traje a mi memoria otra vez.
Recordé que alguna vez me quito la vida, me coloco su suave mano en mi boca y tapo mi respiración. Esa noche no me quería dejar vivir, con su rostro inmóvil observaba mis lagrimas caer, con su rostro inmóvil miró como de mis ojos la vida se desvanecía. Que en su memoria mis cortes estarían. Que llevan su nombre lleno de encajes y dorado a su alrededor.
Me aprieta el pantalón. Mientras hoy lo recordaba una gota de pena caía suave en mi alma purificada, sobre esa protección medicamentada caía una gota negra llena de angustia y de dolor.
Es el señores. Es el, un ser al cual era de temer. Que en su imagen de protector, de perfecto humano había en su interior una bestia que comía almas para saciar su falta de vida.
Era el… mi papa. Mi imagen. El retorno torcido de un suicida

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